viernes, 25 de septiembre de 2009

Soy feliz y no lo sé

Acabo de leer esta columna de Cristián Warnken, y me llegó tan fuerte que sigo llorando. Me dejó con una sensación de vacío tan grande, por no saber disfrutar la vida como debiera, por tener 22 años y no beneficiarme a concho todas las posibilidades de felicidad que se me han dado... Creo que al leer esto algo en mí cambió... y lo quiero aprovechar.

A ti - Cristián Warnken

"A ti que lees estas líneas, que estás bajando por una de las tantas autopistas de la ciudad en esta mañana de marzo o, tal vez, estás en un vagón del Metro -con la mirada extraviada, como todos los que viajan a esta hora-, o paladeas el primer café y recorres distraído las páginas de este diario, buscando algo que no sabes qué es.


A ti, que llevas a tus hijos al colegio y que acabas de no escuchar una pregunta que te hizo tu hija más pequeña, porque estabas pensando en otra cosa. A ti, que acabas de salir de la ducha y te ves un instante en el espejo. A ti, que pasas rápido a mi lado y casi me empujas y no me ves.


A ti, que -con apenas 18 años- te levantas con el tedio pegado en el alma y te enchufas al computador para no abrir la ventana de tu pieza que da al jardín. A ti, que miras a tu marido todavía dormir a tu lado, y ves su nuca y su piel gastada, y sientes en el centro de tu pecho un hueco, la sensación de un cansancio del que quisieras huir a miles de kilómetros de ahí.


A ti, que estás comprando el pan sin emocionarte con su olor y su temperatura. A ti, que entraste al cajero automático y descubriste que el saldo de tu cuenta era negativo, y sientes miedo, rabia, angustia. A ti, que acabas de dejar a tu niño en la sala cuna y te fuiste sin cantarle esa canción "que a él tanto le gusta".


A ti, que acabas de entrar en la oficina y te dispones a iniciar un día igual a todos los días, trabajando sin amor por lo que haces, como pieza de un engranaje que te devora.


A ti quiero agarrarte de la solapa, del brazo -con respeto, pero con fuerza-, a ti quiero detenerte en tu carrera loca y decirte lo que tal vez nadie te ha dicho nunca, porque no se enseña en los colegios ni aparece en los diarios.


Yo no soy nadie para quitarte cinco minutos de tu atiborrada y desesperada agenda, soy uno más entre los millones que bajan esta mañana a comenzar un día más en la ciudad. Entonces, ¿por qué habrías de desconectarte de tu "iPod" o apagar tu celular para escucharme?

Pensarás acaso que soy un predicador más, un vendedor de seguros, o alguien que quiere robarte a plena luz del día. Sé que me mirarás con recelo, con molestia, con desconfianza.


A ti, que me oyes pendiente de tu reloj, quiero decirte, antes de que desaparezcas devorado por la multitud: "El hombre es desgraciado porque no sabe que es feliz. ¡Eso es todo! Si cualquiera llega a descubrirlo, será feliz de inmediato, en ese mismo minuto. Todo es bueno".


¿Y eso era todo? -me dirás-. Sí, y te digo: todo lo demás, fuera de eso, es nada.

Si te he agarrado de la solapa y te he abordado a esta hora de la mañana de este jueves que escribo es para decirte que eres feliz y no lo sabes. Y que eso que te dije lo dijo una vez un hombre como tú, que se llamó Dostoyevski.


Y yo, ¿quién soy para hablarte así, para entrar en tu privacidad y leerte la cita de un ruso que no conoces? Yo soy el muerto. Yo estoy muerto, tú estás vivo.


¿Muerto tú? -me dirás-. ¡Pero si puedo tocarte y verte y oírte!

Sí, pero estoy muerto. Yo me levantaba en las mañanas como tú, prendía la radio como tú, paladeaba un café como tú, miraba distraído las primeras nubes en el cielo, y llevaba a mi hijo al jardín, y no sabía que era feliz, que estaba vivo.


No lo sabía, como tú no lo sabes, como no lo saben tantos que no pisan con placer las primeras hojas del otoño, que no se detienen a ver los primeros rayos de luz colarse por la ventana para entibiar la piel del o la que duerme todavía a tu lado.


Pero esto, en realidad, no me lo enseñó Dostoyevksi, sino mi pequeño hijo Clemente, un niño como millones de niños que en este momento son llevados al colegio, un niño que me hizo una pregunta que no escuché una mañana de un jueves como hoy. ¡Eres feliz y no lo sabes!

Eso es lo que enseñan los niños que mueren, eso lo aprendemos de un golpe los que morimos con ellos, eso es lo que los vivos como tú no pueden escuchar".


Dedicado a Cami Schorr, Benji, Renatita y Tía Tere... ángeles que cuidan a sus familias desde su propia estrellita...

domingo, 13 de septiembre de 2009

Paseo al Mercado Cardonal (Parte 2)

Seguí mi recorrido y se me ocurrió fotografiar a un niño de unos 12 años que vendía zapallos. Le pregunté de lejos si me dejaba tomarle fotos. Me sonrió y hasta posó apoyado en una camioneta. Cuando terminé, me gritó: “Ya socia, son dos luquitas. Yo me reí nerviosa por si era verdad o sólo una broma, y comencé a alejarme lentamente. El niño me siguió, gritando que le pagara la foto, y yo apuré cada vez más el paso, muerta de miedo.

Luego del impasse, ya lejos del niño gordito que me dejó tiritona de los nervios, me acerqué a comprar una manzana roja gigante. Se veían muy apetitosas así que le pasé los $100 al vendedor, que estaba hace rato mirando a mi compañera y a mí con cara de jote.

Le pregunté si la fruta estaba buena, y me dijo “Claro que si mijita, están ricas y jugosas como usted.” El comentario me dio asco y vergüenza a la vez, y miré al tipo con la mayor cara de desprecio que pude haber puesto en mi vida, tomé mi manzana y me fui echando humo. De fondo se escuchaban risas burlonas por todas partes y busqué sin éxito un hoyo para enterrarme.

Durante la última parte de mi recorrido me fijé principalmente en las condiciones de higiene del lugar. Claramente, me arrepentí de haber gastado mi dinero en la manzana, porque pude ver por todas partes cómo las moscas posaban sus patas contaminadas sobre todos los productos que allí se vendían, desde frutas, verduras y pescados, hasta fondos de alcachofas, aceitunas, almendras y cebollines. Además de la plaga de moscas, había gatos y perros pulgosos por todas partes, dejando un pestilente olor a animal sucio por todos lados.

Luego de la experiencia en el mercado Cardonal de Valparaíso, decidí que la próxima vez que pase por ahí, pensaré dos veces si realmente necesito gastar mi plata y mi tiempo en un ambiente como ése, y cruzaré la calle, antes que me griten pelolais.


Paseo al Mercado Cardonal (Parte 1)

La semana pasada, tuvimos una salida a terreno con mi curso de Periodismo de Opinión, que consistía en una visita al mercado Cardonal de Valparaíso. El viaje partió mal porque como llevamos un mes en el nuevo Campus de Curauma (¬¬), todavía no sabíamos bien qué locomoción tomar, ni los tiempos de espera.

Estuvimos como quince minutos esperando una micro que nunca pasó, así que hicimos uso de nuestros beneficios como estudiantes y tomamos el “transfer” gratis hasta Placilla. Desde allí tuvimos que tomar otro bus directo a la ciudad puerto, la cual repletamos y nos tuvimos que ir parados cual Transantiago.

Una vez en Valparaíso, nos dirigimos hacia el mercado. No pude evitar sentir un poco de reticencia al momento de pensar en pasearme por ese sucucho de mala reputación, especialmente sabiendo que tenía en mi poder la cámara fotográfica de la profe. Mi primer pensamiento fue: “Mejor le paso la cámara a un compañero para que no me la roben a mí.” Sin embargo, cuando entramos lo pensé bien y me arriesgué a ser víctima de robo, sólo por el capricho de ser yo la fotógrafa oficial.

En los años que he estudiado en Valpo, jamás me atreví a pasear siquiera por fuera del mercado. Esto por el típico prejuicio de que allí te roban hasta lo que no tienes; además del olor a putrefacción que se irradia a un par de cuadras a la redonda, y de los piropos no tan halagadores de los feriantes.

Ya en el interior del edificio, me dediqué a sacar fotografías y a observar a los vendedores interactuar entre ellos y con sus clientes. Me llamó la atención el trato hacia un extranjero que no hablaba muy bien el español. El vendedor, al darse cuenta de la desventaja idiomática del gringo, subió el precio del pimentón notablemente; si costaba $400, se lo vendió a $700. Lo peor fue que el gringo se lo creyó todo y le compró como cinco unidades… esa sí que es la típica del chileno aprovechador.




Continuará...